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El suicidio: inútil para acabar con el sufrimiento, lo hace perdurar

Camilo despertó en lo que llamó el Valle Siniestro algún tiempo después de su desencarnación. El oído -en el que había disparado la bala que le quitó la existencia- seguía desangrando sin cesar. En su mente, aun confundida, registraba lo que veía a su alrededor: otros Espíritus gritando, gimiendo, maldiciendo. En general, sufriendo. De cuando en cuando, pasaba un grupo de ajusticiadores, infligiendo castigos a aquellos que consideraban culpables. Su idea de justicia era aún muy alejada de la divina, y se cosía con los hilos de los deseos de venganza. Sin embargo, la misericordia del Creador, infinita, también se hacía presente. Una caravana de bienhechores acudía constantemente al Valle. Llevaba a Espíritus ya preparados para recibir ayuda a un hospital de equilibrio y caridad. Entre los que se quedaban, algunos imploraban por auxilio, mientras otros mal percibían el paso de la caravana del bien.

Eso es lo que nos describe Ivonne A. Pereira en el libro Memorias de un Suicida, tras ser guiada de forma mediúmnica por el propio Camilo a través de su experiencia. En las tinieblas exteriores había “lloro y crujir de dientes”, recuerda el libro, citando el pasaje bíblico. Solo esta imagen debería ser suficiente para disuadir a aquellos que piensan en el suicidio de realmente cometerlo. La vida no se acaba después de la muerte del cuerpo físico. Si la intención del suicida es acabar con su sufrimiento, por un dolor insoportable que siente en el cuerpo o en el alma, su meta no se va a concretar. Diferentemente de lo que creen los materialistas, el dolor seguirá en el mundo espiritual, agravado por las consecuencias funestas del acto desesperado. El suicidio, por lo tanto, no es solo inútil en acabar con el sufrimiento, sino que lo hace perdurar por más tiempo.

El Libro de los Espíritus nos explica, en las respuestas a las preguntas 946 y 948, que las tribulaciones de la vida son pruebas o expiaciones, es decir, dificultades que nos ayudar a aprender lecciones morales, o a reparar faltas que hayamos cometido en vidas pasadas. Huir de ellas por medio del suicidio no borra nuestras faltas. Solo hace que tengamos de volver a vivir los viejos dolores, sumados a los nuevos, generados por el nuevo error. Lugares como el relatado por Camilo no son los únicos donde llegan los Espíritus suicidas, que también se pueden quedar cercanos al mundo físico. En el libro El Cielo y el Infierno, hay diferentes ejemplos de vivencias de suicidas poco después de su desencarnación. Hay los que permanece ligados al cuerpo, y por eso se sienten sofocados por el ataúd y experimentan el dolor de los gusanos corroyendo la materia. Hay también los que sienten dolores y sensaciones de frío y calor intensos, aunque ya estén despojados de cuerpo. Otros, repiten en su mente el momento del suicidio, como él que se siente caer al vacío una y otra vez. Espíritus que buscaban reencontrase con un ser querido en el mundo espiritual viven justamente el efecto contrario: no lo pueden hallar. Finalmente, están los que escuchan burlas y carcajadas, que intensifican su sufrimiento moral.

Tras un suicidio, la afectación al periespíritu se manifiesta fuertemente. Con las heridas marcadas en el cuerpo espiritual, el ser no logra alejarse de sus dolores y los repite, aunque mentalmente. En el caso de los y las suicidas, hay un agravante: como no terminaron de cumplir su período reencarnatorio en la Tierra, el lazo que une el Espíritu al cuerpo persiste. “Las consecuencias (…) son la prolongación de la turbación y, luego, la ilusión que durante un tiempo más o menos prolongado induce al Espíritu a creer que aún forma parte de los vivos. La afinidad que persiste entre el Espíritu y el cuerpo produce, en algunos suicidas, una especie de repercusión del estado del cuerpo en el Espíritu”, explica Allan Kardec en su comentario a la pregunta 957 de El Libro de los Espíritus. A ese dolor se suma el pesar de haber hecho algo inútil, ya que el suicidio nada solucionó.

Cuando los Espíritus suicidas logran dejar esos primeros estadios de sufrimiento en la espiritualidad, aun tienen un largo sendero por delante para recuperarse. Cada proceso, claro está, es individual. “Las penas siempre son proporcionales a la conciencia que se tiene de las faltas cometidas”, explica el Libro de los Espíritus en la respuesta a la pregunta 952A. Las consecuencias, por lo tanto, son diversas y dependen de las circunstancias. La expiación del suicida se pueda dar tanto en el mundo espiritual como en una nueva existencia, añade la respuesta a la pregunta 957. En Memorias de un Suicida, a un compañero de Camilo le es concedido visitar a su familia en el mundo material, aunque había sido fuertemente desaconsejado por los Espíritus amigos. Al llegar al globo, se dio cuenta que su hijo estaba detenido y su esposa estaba prostituyendo a su hija menor. La otra hija sufría en las manos de un esposo alcohólico. Su suicidio había impactado no solo a su individualidad, sino a toda su familia inmensamente. El dolor moral que sintió, en ese momento, fue perverso. Decidió, entonces, reencarnar para recuperar su periespíritu de los errores cometidos. Pasaría por una prueba parecida a la de la vida anterior, esperando de esta vez no fallar. Otro de los compañeros suicidas se sentía diariamente atormentado sus faltas. Aun estando en un hospital de acogida en el mundo espiritual, no podía dejar de repetir sus errores en su mente. Por eso, optó por reencarnar y usufructuar del olvido del pasado. En el nuevo cuerpo, sin embargo, no contaría con las manos que habían hecho daño en el pasado.

Después que el espíritu suicida comprende su situación de incumplimiento de la Ley Divina, y se compromete en reparar sus errores, los dolores morales son los que más le afectan. Camilo, por ejemplo, revisitó su pasado por medio de equipos espirituales, guiado por un profesor. Las memorias le hicieron revivir su pasado como perseguidor del Santo Oficio, responsable por la tortura y la condena a la muerte de aquellos que no profesaban la fe católica. A uno de ellos, incluso, le causó dolores innombrables movido solamente por un odio personal. Reconocerse ya no como víctima, sino como artífice de su propia desdicha lo ayudó a reflexionar y a buscar su propia transformación por medio del servicio en el bien y, más adelante, por una nueva reencarnación.

Las consecuencias del suicidio no son un castigo que otros nos infringen. Son parte de la misericordia divina, porque permiten que podamos entender nuestros errores, aprender de ellos, vencerlos y transformarnos moralmente. El único camino posible para reparar la falta cometida es pasar con resignación por las consecuencias que genera. Pero no estamos solos en ese trabajo: Espíritus amigos, encarnados y desencarnados, nos envuelven con su amor y nos inspiran al camino del bien. Escuchémoslos, pidamos ayuda, aceptemos las manos bondadosas que nos extienden. Con eso, evitamos las influencias perniciosas y las malas decisiones que de nada sirven para abreviar los sufrimientos, sino que solo los aumentan.

Texto: escrito por: Fernanda Barbosa, para opinión Espírita.

Bibliografía:

Libro de los Espíritus, Libro Cuarto, capítulo 1: Penas y goces terrenales. Preguntas 943-957
(Hastío de la Vida. Suicidio).

El Cielo y el Infierno, o La Justicia Divina Según el Espiritismo. Segunda Parte: Ejemplos.
Capítulo 5: Suicidas.

Pereira, Ivonne A. (1955) Memórias de um Suicida. Federação Espírita Brasileira: Rio de
Janeiro

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