«Todo aquello que el hombre ignora, no existe para él.
Por eso el universo de cada uno, se resume al tamaño de su saber.»
Albert Einstein –
Las ideas del hombre se corresponden con lo que sabe. Como todos los descubrimientos importantes, el de la formación de los mundos habría de imprimirles otro curso. Bajo la influencia de esos nuevos conocimientos, las creencias se modificaron: el Cielo debía ser cambiado de lugar, pues la región de las estrellas, que era ilimitada, ya no le servía. ¿Dónde está el Cielo entonces? Ante esta pregunta todas las religiones enmudecen.1
En general, la palabra cielo designa al espacio indefinido que circunda la Tierra y, más particularmente, a la parte que se encuentra por encima de nuestro horizonte. Procede del latín coelum, y este del griego koilos, que significa “hueco”, “cóncavo”, porque el cielo aparece a la vista como una inmensa concavidad.
Esta teoría, oriunda de la deficiencia de los conocimientos astronómicos, fue la de todas las teogonías que convirtieron a los cielos, así escalonados, en los diferentes grados de beatitud. El último cielo era la morada de la suprema Felicidad. Según la opinión más generalizada, había siete cielos, y de ahí la expresión: estar en el séptimo cielo, para aludir a la dicha perfecta. Los musulmanes admiten nueve cielos, en cada uno de los cuales aumenta la felicidad de los creyentes2…
Todas las religiones han admitido, asimismo, el principio de la felicidad o la desdicha del alma después de la muerte, es decir, de las penas y los goces futuros, que se resume en la doctrina del Cielo y el Infierno, doctrina que se encuentra en todas partes. No obstante, en lo que difieren esencialmente es en cuanto a la naturaleza de las penas y los goces y, sobre todo, en lo relativo a las condiciones determinantes de unas y otros. De ahí los puntos de fe contradictorios que dieron origen a cultos diferentes, así como los deberes particulares impuestos por estos para honrar a Dios y, por ese medio, ganar el Cielo y evitar el Infierno.3
¿En qué sentido se debe entender la palabra Cielo?
“¿Acaso crees que es un lugar, como los Campos Elíseos de los antiguos, donde los Espíritus buenos están amontonados confusamente y cuya única preocupación reside en disfrutar durante la eternidad de una felicidad pasiva? No; el cielo es el espacio universal, son los planetas, las estrellas y los mundos superiores donde los Espíritus gozan de la plenitud de sus facultades, sin padecer las tribulaciones de la vida material ni las angustias inherentes a la inferioridad.”4
“¿Dónde está ubicado el Infierno? Algunos doctores lo han colocado en las entrañas mismas de nuestro mundo; otros, no sabemos en qué planeta. Sin embargo, la cuestión todavía no ha sido resuelta por ningún concilio. De modo que, en cuanto a este punto, estamos limitados a meras conjeturas. Lo único positivo es que ese Infierno, dondequiera que se encuentre, es un mundo compuesto de elementos materiales, pero sin Sol, sin Luna y sin estrellas; es más penoso e inhóspito que la Tierra, desprovisto de los gérmenes y de las apariencias benéficas que se encuentran hasta en las regiones más áridas de este mundo en el que nosotros, pecadores, habitamos.5
La idea del Infierno, sus hogueras ardientes y sus calderas en ebullición, puede ser tolerada, es decir, perdonable, en un siglo de hierro; pero en el siglo diecinueve (y mucho más en el XXI) no es más que un vano fantasma, adecuado, a lo sumo, para asustar a los niños, aunque ya no crean en él cuando llegan a adultos.6
Según eso, el Infierno y el Paraíso, ¿no existen tal como el hombre se los representa?
“No son más que símbolos. En todas partes hay Espíritus felices y Espíritus desdichados. No obstante, como también hemos dicho, los Espíritus de un mismo orden se reúnen por simpatía, aunque cuando son perfectos pueden reunirse donde prefieran.” 7
El espiritismo no viene, pues, para negar las penas futuras; viene, por el contrario, a confirmarlas. Lo que él destruye es el Infierno localizado, con sus hornos y sus penas irremediables. Tampoco niega el Purgatorio, pues demuestra que nos encontramos en él. Al definirlo con precisión, y al explicar la causa de las miserias terrenales, orienta hacia la creencia a aquellos que lo niegan.8
Sea cual fuere su duración, y dondequiera que ocurra – en la vida espiritual o en la Tierra –, el castigo tiene siempre un término, próximo o remoto. En realidad, el Espíritu sólo cuenta con dos alternativas: castigo temporario graduado según la culpa, y recompensa graduada según el mérito. El espiritismo rechaza la tercera alternativa: la condena eterna. El Infierno queda reducido a la figura simbólica de los padecimientos mayores, cuyo término no se conoce. El Purgatorio es, en efecto, la realidad.9
Por consiguiente, podemos afirmar que somos portadores de nuestro infierno y nuestro paraíso. En cuanto a nuestro purgatorio, lo encontramos en la encarnación, en nuestras vidas corporales o físicas.10
1 Allan Kardec, El Cielo y el Infierno, 1ª. parte, cap. III, ítem 4.
2 Allan Kardec, El Cielo y el Infierno, 1ª. Parte, cap. III, ítem 1.
3 Allan Kardec, El Cielo y el Infierno, 1ª. Parte, cap. I, ítem 11.
4 Allan Kardec, El Libro de los Espíritus, libro IV, cap. II, p. 1016.
5 Allan Kardec, El Cielo y el Infierno, primera parte, cap. IV, ítem 12
6 Allan Kardec, El Libro de los Espíritus, p. 1009.
7 Allan Kardec, El Libro de los Espíritus, p. 1012a.
8 Allan Kardec, El Cielo y el Infierno, primera parte, cap. V, ítem 8
9 Allan Kardec, El Cielo y el Infierno, primera parte, cap. V, ítem 9
10 Allan Kardec, El Libro de los Espíritus, p. 1017