Desde los albores de la humanidad, el hombre ha sentido la necesidad de entenderse a sí mismo y de entender la estructura compleja de la universalidad. Tres elementos, por tanto, se combinan para formar una unidad viviente:
El cuerpo, envoltura material pasajera, traje que contribuye al progreso del ser humano pero que abandonamos después de la muerte. El periespíritu, envoltura fluídica de mayor permanencia, aquel que acompaña al Espíritu en su constante evolución, se mejora y se purifica a medida que la criatura humana progresa. El Espíritu, ser inteligente de la creación, foco de la conciencia y manifestación de la individualidad.
De esta manera, entendemos la perfecta estructura del hombre, del ser que le fue asignada por providencia divina la misión de enriquecer su corolario de virtudes para alcanzar la relativa perfección hacia la cual puede aspirar. Luego de que el alma, desprendida del cuerpo material y revestida con su envoltura sutil, constituye el Espíritu, invisible e impalpable a los sentidos del ser humano. Y no siendo el Espíritu más que un hombre desencarnado que ha retornado a la Verdadera Vida, a la Casa del Padre, se dispone a seguir la marcha evolutiva sumergiéndose nuevamente en la materia grosera, aquella que le permitirá su recorrido ascensional. Gracias a las manifestaciones y postulados de la Doctrina Espírita, queda demostrado de manera experimental y a la luz de la lógica y la razón, la inmortalidad del alma, la cual determina las condiciones en las cuales continúa la Vida del Espíritu después de la muerte y a qué merecimientos se hace acreedor en el espacio, luego de su paso por la Tierra, lugar donde cosechó su ayer e hizo la siembra para el mañana.
“No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí. Hay muchas moradas en la casa de mi padre. Si así no fuera, yo os lo habría dicho, pues me voy a prepararos un lugar. Y después de que me haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo esté, también estéis vosotros.” (Juan, 14:1 a 3).
La promesa del Maestro de todos los tiempos en torno a la vida futura y a los múltiples estadios del alma después de la muerte del cuerpo físico, es una verídica constatación moral sobre la vida futura y la continuidad de esta luego de la cesación del componente orgánico. Se revela que el Espíritu continúa existiendo y que hay diversos espacios que el Creador ha ofrecido para su estadía según los claros merecimientos que haya adquirido en su paso por la Tierra. Dolorosa y llena de angustia para unos, la muerte no es para otros más que un dulce sueño seguido de un delicioso despertar, todo dependerá de los apegos y de su trabajo en la siembra del bien, acompañado de las diversas creencias otorgadas por la razón humana, las cuales también jugarán un papel importante en el tránsito desde las dos dimensiones de la vida.
Son múltiples las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM), que constatan la continuidad de la vida después de la cesación del fluido vital y es allí donde el médico psiquiatra Raymond A. Moody, Jr. a través de su libro “Vida después de la vida” realiza un estudio cualitativo donde entrevista 150 personas que tuvieron ECM, todas ellas narrando detalladamente y con plena lógica la diversidad de sensaciones y experiencias de gran valor sobre lo que sucede después de la muerte, hechos que la ciencia no ha podido refutar con contundencia debido al desconocimiento de las leyes que rigen el mundo extra-físico.
Así mismo, el estudio de Moody y otros colegas del área de la psiquiatría han demostrado que las creencias, el sentido de la vida e incluso el comportamiento moral de cada paciente, influyen de sobremanera en las diversas experiencias alcanzadas por las personas entrevistadas, corroborando de esta manera el mensaje que envía Pablo a los Romanos cuando dice: “Dios retribuirá a cada uno según sus obras”, máxima que al encontrarse en consonancia con la Ley Divina, ofrece una visión justa de los diferentes estadios del alma después del desprendimiento de la materia.
Con el mismo rigor científico y apoyado en las experiencias mediúmnicas, de liberación parcial del cuerpo a través del sueño e incluso con los valores que aporta la razón humana, el Espiritismo, como ciencia, ha logrado demostrar la vida más allá de la experiencia corporal. Los aportes del Maestro Lyones y la corroboración filosófica y moral de sus continuadores han sido fuente fidedigna para demostrar que el alma trasciende después de su paso por la Tierra y que lleva consigo el producto de su trabajo o de su ociosidad.
Los sublimes instrumentos mediúmnicos de los cuales se ha servido la Espiritualidad Mayor para demostrar la continuidad de la vida y lo que por derecho adquiere cada Ser en el Mundo de los Espíritus, también ha sido pieza clave para la verificación de los hechos que se pierden en la eternidad de los tiempos. Chico Xavier, Yvonne A. Pereira, Divaldo Franco, entre otros, son fieles servidores del bien, nobles instrumentos de los Guías de la Humanidad para que, por medio de sus diversos escritos y publicaciones, demuestren de manera contundente cómo la vida espiritual es la verdadera vida, la casa del Padre, la morada eterna que Dios ha otorgado a sus hijos para su proceso evolutivo.
La patria espiritual es un hecho y la corteza terrestre, una fiel copia de esta, otorga al hombre una clara realidad, de la supervivencia del alma, de la pluralidad de existencias y del Gran Hogar al que todos aspiramos luego de cumplir la labor en el corto paso por la Tierra. Es así que, las diversas moradas prometidas por el Rabí de Nazaret son cada uno de los lugares, espacios que vibran según la mentalidad de sus habitantes, los cuales se encuentran circunscritos por providencia divina alrededor de la gleba terrestre y de la misma manera diseminados por todo el Universo.